UNA MUJER EN LA VENTANA (Aut. Frank Xaver Kroëtz), por Yolanda Aguas

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“Toda una vida debe caber en una maleta”…

La belleza de un molinillo de café, de una sopera de porcelana que casi nunca se usó, de la cuestionable comodidad de un canapé.  Apenas son objetos con los que una mujer convive a lo largo de toda su vida, pero adquieren una mayor dimensión cuando se los arrebatan, simplemente porque su vida en la casa que ocupó durante cuarenta años está llegando al final.

Los platitos de postre que de repente son lo más importante para ella, o esos objetos de cobre que quiere conservar para limpiarlos y de ese modo estar más entretenida.  El bicarbonato, los palillos, el reloj…  El joyero que guarda los gemelos de su esposo difunto, las medallas…  Todo lo que quiere llevarse a la residencia – a la que le condenan por un desahucio – y que va depositando en una pequeña mesa de camilla.

RENUNCIAR – ¡qué difícil hacerlo¡ – para acabar sus días en una residenciaDelicioso momento, lleno de ternura, cuando decide llevarse el (enorme) crucifijo de pared que simboliza la penitencia que debe asumir esta mujer.  La elección de la ropa que se llevará, el álbum con las fotografías de su vida (y que piensa dejárselo a su hijo Andrés, con la vana esperanza de ir alguna vez a su casa para verlo de nuevo).  La radio para escuchar sus zarzuelas preferidas… Un costurero, una manta, una linterna, un candelabro… Los libros… Emociona su reflexión sobre algo tan cotidiano como poder elegir los programas de televisión que ella espera ver en la residencia… (¡qué bonito narra el comienzo de El hombre y la tierra de Félix Rodríguez de la Fuente¡).  Divertido momento en el que compara la residencia como si fuera una reserva india.  Esas partidas de cartas que ya no jugará con sus vecinos.  Y ese momento hilarante en el que decide llevarse el cognac escondido en un termo (como también hace Charles Laughton en “Testigo de cargo” de Billy Wilder)…

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Versos que le escribió su hijo cuando era un niño y ella guarda en una cajita de música.  “Los sueños son como la espuma”.

En algún lugar leí que “esta obra y este personaje nos lleva a empatizar con una mujer que podría ser nuestra madre, nuestra abuela o nuestra vecina y a la que, por culpa de una casa declarada en ruinas, dejaremos de ver de un día para otro”Yo creo que no es así… en realidad (y de ahí que nos impacte y nos emocione tanto la historia) es como si nos pusiera delante de nuestros ojos nuestro propio futuro.

Su pájaro Perico…  a quien dirige las últimas palabras: “Y ahora a dormir, a lo mejor mañana sale el sol y todo se vea distinto, completamente distinto”.

Hace algún tiempo, hubo dos grandes actores que eligieron una misma obra: “Las últimas lunas” de Furio Bordon. Marcello Mastroianni interpretó la obra, en 1995,  poco antes de morir, y en España, tres años después, fue Juan Luis Galiardo (escoltado por la gran Carme Elias y Luis Perezagua).  En esa obra, ellos sufren un “desahucio filial” en el que les dicen que sólo pueden llevar una maleta a la residencia.  Toda una vida debe caber en una maleta…

Petra Martínez, maravillosa actriz de nuestra escena, da vida a la protagonista de la obra.  Una interpretación sólida que sabe acompañar con la ternura de una mujer que conmueve en las distancias cortas.

Una delicia de obra y de actriz.

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NOTA: Las fotografías insertadas en este artículo son propiedad de sus autores.

 

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