No puedo comprender que el denominado “cine de animación” esté considerado (en el fondo lo está) en un nivel inferior al cine con personas reales. Aceptar este hecho sería como despreciar obras maestras que llevan décadas emocionándonos.
En los últimos años los grandes festivales de cine han incluido largometrajes de animación en sus secciones oficiales, lo que desde luego me parece muy acertado.
En la pasada edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián, la organización decidió incluir en su Sección Oficial la película japonesa “El niño y la bestia” de Mamoru Hosoda.
Por fin llega a nuestras salas esta gran película de animación firmada por un autor que hace algún tiempo ya nos maravilló son “Los niños lobo” (2012). Hosoda es uno de los grandes autores que han llegado tras la estela de la genial factoría Ghibli, ésa fábrica de crear obras maravillosas de la mano de Miyazaki y Takahata. Lo cierto, y lo contamos a modo de recordatorio, es que el propio Hosoda estuvo a punto de dirigir “El castillo ambulante” para Ghibli. Hosoda optó por crear su propia compañía: Studio Chizu, y con ella nos llega ahora una película con un fuerte poder de seducción.
El niño y la bestia comienza con Ren escapándose de casa tras la muerte de su madre y desconociendo el paradero de su padre, divorciado desde hace ya tiempo. Es entonces cuando Kumatetsu, un animal con aspecto humanoide, le invita a ir al mundo de las bestias, donde todo tipo de criaturas como él viven en una realidad paralela a la de La Tierra que conocemos. Ren, rebautizado como Kyota, acepta ser aprendiz de Kumatetsu para que éste pueda tener opciones de ser elegido como nuevo líder de las bestias. Sin embargo, Kyota deberá hacer frente al rechazo que genera la figura del ser humano en su nuevo mundo.
La película cuenta con un personaje muy atractivo como Kumatetsu y otro en el que los cambios de actitud son perfectamente entendibles y nada exagerados como Kyota, El niño y la bestia progresa como un excelente film, brillante en su desarrollo y con muchos factores para disfrutar de la historia. El director japonés construye la película con altas dosis de comicidad, lecciones sobre la vida y un inagotable espíritu de aventuras (por otra parte tan habitual en las películas de animación).
El único pero que le encuentro es su excesiva duración. Una pequeña reducción en su metraje habría ayudado a salir de la proyección recordando con “más frescura” la historia que nos cuenta. Con todo, se trata de una película que les hará pasar unas horas muy agradables.
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