PANORAMA DESDE EL PUENTE (Aut. Arthur Miller), por Yolanda Aguas

Todavía recuerdo su imponente figura alejándose entre las columnas del Hotel de la Reconquista de Oviedo.  Era ya muy tarde y él estaba cansado.  Caminaba apoyado en un bastón y con la otra mano buscaba el brazo de su acompañante.  Era el año 2002 y había obtenido el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.  “Maestro indiscutible del drama contemporáneo que, con independencia de espíritu y notable sentido crítico, ha logrado transmitir desde la escena las inquietudes, los conflictos y las aspiraciones de la sociedad actual, renovando así la permanente lección humanística del mejor teatro”, éstas fueron las palabras con las que el Jurado justificó su elección para tan prestigioso premio internacional.

También se lo pasó fenomenal en las comidas y cenas que compartió con el gran Woody Allen (Premio Príncipe de Asturias de las Artes en esa misma edición).

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“Panorama desde el puente” (A view from the bridge) — le supuso a Miller su segundo Pulitzer después del de 1949 por Muerte de un viajante.  Célebre obra teatral que transcurre en los años cincuenta del pasado siglo, en los suburbios portuarios de Nueva York. En ese decorado, dominado por la imponente presencia del puente de Brooklyn, Miller aborda el drama de los inmigrantes ilegales, sobre cuya existencia precaria y clandestina se cierne la amenaza de los funcionarios de Inmigración y la posible expulsión del país. Tal es el caso de Marco (estupendo Pep Ambrós) y Rodolpho (Marcel Borràs, un agradable descubrimiento para mí), dos jóvenes hermanos sicilianos, huidos de la miseria de su tierra natal, que se refugian en la humilde casa del estibador Eddie Carbone (interpretado por el “emperador” Eduard Fernández).

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Éste, un ser impulsivo, de instintos tan bienintencionados como primarios, vive con su esposa Beatrice (Mercè Pons, que realiza una precisa  y muy contenida interpretación) y una sobrina, Catherine (Marina Salas), una muchacha a la que Eddie quiere proteger obsesivamente del hostil mundo exterior. Entre Catherine y Rodolpho no tarda en surgir una mutua atracción, pero los celos y las sospechas comienzan a atormentar a Eddie y le impulsan a tomar un camino sin retorno.

La figura narrativa del abogado Alfieri (fantástico Jordi Martínez) emerge de la sombra y empieza su monólogo anunciando la tragedia que está a punto de contar. Un narrador que  siempre está presente en escena observando toda la trama de la obra. Esta figura de la tragedia griega que Miller utilizó para dar las reflexiones más filosóficas sobre lo que sucede y sobre la miseria moral del personaje protagonista.

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Como si creara un mecanismo de precisión, Arthur Miller ensambla los elementos de esta tragedia en que se cruzan carácter y destino, traición y culpa, y que, como señala Eduardo Mendoza en el prólogo escrito especialmente para la edición en castellano, “enfrenta al espectador (o al lector) a un constante dilema; enjuiciar una conducta que sabe censurable, pero que difícilmente puede condenar sin reservas”El texto en catalán fue traducido por Joan Sellent, artífice de impecables traducciones a ese bellísimo idioma.

La obra habla de personas, sujetos comunes y corrientes, dándole así carácter universal. El deseo incestuoso, el honor, la legalidad, la intolerancia y los conflictos culturales derivados de la inmigración son expuestos con profunda lucidez. Eddie Carbone se enamora de quien no debe. Al hacerlo, pone en riesgo a su familia y su buena reputación.

Destaco las escenas grupales. La secuencia inicial, la procesión religiosa y el combate de Eddie y Marco se desarrollan con indudable vitalidad. El reparto funciona como una sola unidad resaltando los pasajes más entrañables del montaje.

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El texto de Miller estará siempre asociado con la ruptura de la amistad de su autor con Elia Kazan por la denuncia de éste ante el Comité de Actividades Antiamericanas que el senador MacCarthy dirigió y con la relación del autor con Marilyn Monroe.

La dirección de esta nueva puesta en escena, producción del Teatre Romea,  corre a cargo del francés Georges Lavaudant, prestigioso director escénico que trabaja con regularidad en nuestro país.  En 1999 dirigió a Carme Elias y Lluir Homar en Els gegants de la muntanya” (Los gigantes de la montaña) de Luigi Pirandello en la Sala Gran del TNC,  y en 2006 en Madrid dirigió a Núria Espert y Lluís Homar en “Play Strindberg” de Friedrich Dürrenmatt en el Teatro de la Abadía, entre otros importantes trabajos.

La obra dura 110 minutos que pasan en un suspiro. Inmensa interpretación de Eduard Fernández, que nos ofrece momentos inolvidables.  Destaco sus interactuaciones con el abogado en las que con maestría, contiene la rabia y las lágrimas hasta el momento de permitir que se deslicen sobre su demudado rostro.

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Ayer, tras la función, la compañía mantuvo un animado encuentro con el público asistente.

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NOTA:

Todas las fotografías oficiales de «Panorama desde el puente» son propiedad del Teatre Romea de Barcelona.

Las fotografías de la compañía saludando al final de la representación y posterior coloquio son propiedad de Yolanda Aguas para CINET FARÖ.

Las dos fotografías de la presencia de Arthur Miller en Oviedo son propiedad de sus autores.

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