Norman Oppenheimer (Richard Gere) es un enigmático personaje con métodos cuestionables que busca un lugar entre la alta sociedad política y financiera de Nueva York. Siempre al acecho del golpe de efecto que le haga dar el salto definitivo, conoce a un político israelí al que hace un favor en forma de lujoso regalo. Años más tarde, regresa a Nueva York recién nombrado primer ministro de Israel. Es entonces cuando cambia la suerte de Norman al encontrar la cobertura perfecta para medrar entre las altas esferas del poder.
El realizador norteamericano Joseph Cedar dirige y escribe su primera película filmada casi por completo en inglés, después de que en las cinco anteriores lo hiciera en lengua hebrea. Cedar nació en Nueva York, pero se trasladó con su familia a Jerusalén cuando tenía cinco años, y fue allí donde cursó sus estudios de Filosofía e Historia. La cultura judía, sus costumbres y tradiciones están muy presentes en sus películas y en Norman, el hombre que lo conseguía todo no abandona esta inspiración, aunque la acción principal se traslade a Estados Unidos.
El director cuenta con Richard Gere en un registro diferente al de los papeles, ya lejanos en el tiempo, de galán – «Oficial y caballero», «Pretty Woman» etc – . Se encuentra más en la estela de su reciente «Invisibles», en la que interpretaba a un mendigo. Junto a Gere, destacan otras caras conocidas como las de Steve Buscemi, Charlotte Gainsbourg, Michael Sheen y Dan Stevens .
La estructura narrativa se divide en cuatro actos centrados en un personaje que sigue una trayectoria parabólica. Norman es una auténtica bomba de relojería andante que, con su atípica forma de acercarse a los ricos y poderosos, cae fácilmente en las trampas que él mismo se tiende. Su ocupación es la de ser un “conseguidor” en la línea de la figura del judío de la corte, ese sirviente real, asociado a veces al préstamo con usura, y encarnado entre otros por el Shylock de El mercader de Venecia de William Shakespeare. La historia se ambienta ahora en Nueva York, pero mantiene el aire de fábula atemporal que, al igual que en la gran tragedia, cuenta con presagios del ascenso y caída que sufrirán los protagonistas.
Lo que nos propone el director, entre otras cosas, es llegar a empatizar con esos tenaces comerciales que nos llaman a todas horas para ofrecernos el producto del siglo. Y lo cierto es que lo consigue. La táctica de Norman es la conversación del ascensor, un concepto norteamericano en el que se debe contar la idea de negocio a un posible inversor en el breve tiempo que dura ese trayecto. Por molesto que nos pueda llegar a parecer el personaje y lo poco que sabemos de él, hay que reconocer el mérito de Richard Gere en saber dotarlo de los necesarios contrapuntos de humanidad.
El guión apenas nos ofrece datos sobre quién es Norman, y cuando conocemos algo que nos pueda dar indicios de sus motivaciones, la pista se nos esfuma sin poder verificar su autenticidad. Y junto a Gere, sorprende ver a un plantel de secundarios de tanta categoría en papeles así de pequeños. Lo único criticable es el escaso desarrollo de estos secundarios, sometidos al lucimiento del protagonista.
La película muestra los entresijos de poder y las relaciones interesadas que se forman a su alrededor. Una digna película de intrigas políticas capaz de atraer al gran público por su apuesta por un tono irónico y la presencia de caras conocidas.
El único problema que veo en esta película es que no llegamos a conocer verdaderamente a su protagonista. Aunque, eso sí…, los fans de Richard Gere disfrutarán enormemente de su siempre magnética presencia.
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