VERANO 1993 (Dir. Carla Simón), por Yolanda Aguas

La historia de Frida (el ‘alter ego’ de la propia Carla Simón, interpretado  brillantemente por Laia Artigas) es tan dura como quedarse huérfana con seis años de una madre enferma de sida, siguiendo los pasos de un padre conflictivo. Una historia de desarraigo, de duelo, de búsqueda del amor, de pérdida de la inocencia llena de honestidad y de ternura, y al mismo tiempo un ejercicio de nostalgia de la niñez en la Cataluña de principios de los 90.

«Hay algo de echar de menos tu casa, lo que te define y buscar lo que te hace particular, que en mi caso es mi sitio y mi familia», así define la propia directora su película.

Las escenas de las niñas, de las primas, son de una infinita emoción.  Complicidad a raudales, curiosidad infantil, el sentimiento de pertenencia, de formar de alguna manera parte de algo. La joven directora consigue con una delicadeza sorprendente, sin caer en el exceso de drama y alentando la espontaneidad infantil de sus dos actrices protagonistas.

Un trabajo de dirección de actores tan logrado que parece inexistente. El espectador se siente ladrón de esos tiempos muertos veraniegos de las dos niñas, que consiguen una química tan natural como mágica.

Una película preciosa, que seguramente seguirá sumando muchos premios cinematográficos en los próximos meses.

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NOTA:  Las fotografías insertadas en este artículo son propiedad de sus autores.

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