Jean dejó la mansión familiar hace diez años para dar la vuelta al mundo. Asentado finalmente en Australia, decide regresar cuando su padre, un reputado viticultor con quien no se ha llevado bien, está a punto de morir. Tras el deceso del patriarca tendrá que acordar con sus hermanos el reparto de la herencia, que incluye varias hectáreas de viñedos; una cuestión difícil de resolver.
Un estreno que resulta ser el trabajo más logrado del director Cédric Klapisch (“Una casa de locos” y “Las muñecas rusas”), pero que no me entusiasma.
Sin embargo, este film es otro ejemplo de la autocomplacencia que tanto abunda en el cine francés… Klapisch, despliega aquí una serie de anécdotas en torno al relevo generacional en una familia de vinateros de la Borgoña: al morir el padre, sus tres hijos deben aprender a cuidar del negocio.
Lo único que me resulta interesante de este film son la música, las imágenes y la puesta en escena desplegada por Klapisch luchando para marcar el terreno y las estaciones que se suceden.
Pio Marmaï, Ana Girardot y François Civil consiguen hacer real la fuerza de los lazos que les unen, a quienes se suma, muy convincente, María Valverde.
Los personajes se pasan la vida de catas, con el consiguiente aburrimiento para el espectador.
No sé… pienso qué podría contarles para salvar esta película, pero no se me ocurre nada. Lo mejor que pueden hacer es coger una película de su colección privada, tal vez… “Días de vino y rosas” (por aquello del alcohol, ya me entienden). Aprovecharán mejor su tiempo.
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