Fiona Maye (Emma Thompson) es una prestigiosa jueza del Tribunal Superior de Londres especializada en derechos familiares que atraviesa por una grave crisis matrimonial. Cuando llega a sus manos el caso de Adan (Fionn Whitehead), un adolescente con leucemia que se niega a hacerse una transfusión de sangre al ser Testigo de Jehová, Fiona descubrirá sentimientos ocultos que desconocía, y luchará para que Adan entre en razón y sobreviva.
Hacía tiempo que la gran actriz británica no encarnaba un personaje tan “codiciado” para una actriz de su categoría. El papel recreado por Emma Thompson en El veredicto -que adapta una novela de Ian McEvan- evoca daños no definidos con claridad y demasiado profundos. Son y parecen un misterio.
Es una jueza ecuánime del tribunal de menores, tan recta en la Corte como frágil y vulnerable se intuye su alma torturada en su vida personal. En su hogar, la incomunicación y el trabajo se han impuesto, como un refugio carcelario, sobre las relaciones afectivas. Así que su marido -magnífico, como siempre, Stanley Tucci– le plantea un ultimátum.
Por el camino, un joven testigo de Jehová de 17 años se niega a una transfusión de sangre que le salvaría la vida. Y, como si se hubiese disparado un mecanismo de resorte secreto, la implicación de la protagonista en dicho caso va más allá de cualquier otro asunto legal que nuestra jueza hubiera tratado antes.
El director de este filme, aparentemente sencillo pero muy retorcido, es Richard Eyre, que ya había abundado en los barros del abandono amoroso con Diario de un escándalo, fábula sobre el deseo alimentada por aquella maravillosa enamorada ofendida interpretada por Judi Dench a la que daba unas mortales calabazas Cate Blanchett.
Eyre es un impecable director de actores, capaz de sacar lo mejor de los grandes dioses de la interpretación. Y Emma Thompson, una actriz cada vez más humana, consigue una encarnación de las que se recordarán en su filmografía, reinando con su magia sobre toda la película.
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