Texto: Yolanda Aguas
Stéphane acaba de unirse a la Brigada de Lucha contra la Delincuencia de Montfermeil, un suburbio al este de París. Allí conoce a sus nuevos compañeros, Chris y Gwada, dos agentes experimentados en las enormes tensiones que existen entre los distintos grupos organizados por el control del barrio.
Un niño con un cóctel molotov en la mano, y con un rostro que no solo denota furia sino también que no tiene nada, absolutamente nada, que perder. Es una imagen que golpea. Como la de un policía que empuña una pistola, y con un rostro al borde del estrés y el colapso por ver cómo todo estalla y se escapa de las manos, sabiendo que nunca pensó que pudiera enfrentarse a una situación así. Y es que Los miserables, el debut de Ladj Ly en el largometraje de ficción, golpea una y otra vez al espectador mostrando fotograma tras fotograma un polvorín a punto de estallar. La violencia acecha a la vuelta de la esquina. Y el estrés de todos los personajes traspasa la pantalla. De los niños en la calle, de los policías patrullando, de los ciudadanos que habitan ese barrio de las afueras de París, de los que tratan de dominarlo a través del sometimiento o a través de la religión… No hay ni un solo respiro, el ritmo es rápido, rápido y en crescendo. No hay vuelta atrás posible. No hay descanso, no hay reposo.
Se supone que el espectador conoce el contexto, conoce la historia de los últimos años. Incluso si uno ha sido espectador de cine y ha ido viendo lo que han contado otros sobre las afueras, sobre los suburbios parisinos (los banlieue), se sabe de qué habla este realizador, de origen maliense, que además viene de ellos y conoce a la perfección el barrio que filma: el barrio de Montfermeil. Ladj Ly presenta un thriller policial donde no hay respiro para ni uno de sus protagonistas.
Desde El odio (1995) de Mathieu Kassovitz, muchas películas han mostrado los banlieue. Y de distintas formas. Como lo hizo Jacques Audiard en Dheepan (2015) o Laurent Cantet en La Clase (2008). Y tampoco han sido pocas películas francesas las que han reflejado la vida de distintas brigadas de policía como Bertrand Tavernier en Ley 627 (1992) o Maïwenn Le Besco en Polisse (2011). Pero Ladj Ly además de saber de qué habla, por haberlo vivido, realiza un paralelismo escalofriante. El latente latido de la furia, de la rebelión y de la violencia, del caos. Su película se cierra con una cita del autor francés que matiza y explica lo que el director quiere contar: “No hay malas hierbas ni hombres malos, solo malos cultivadores”. Y es reveladora la primera secuencia: el centro de París hasta arriba de jóvenes, muchos de ellos de los suburbios, están de celebración. Es el mundial de fútbol. Y todos entonan felices La Marsellesa. Euforia. Y sobre sus rostros el título de la película Los Miserables. Luego todos vuelven a ese barrio sin salida, con cajas de cerillas por casa, y con la violencia en cada esquina, al acecho.
Pandillas de niños sin nada que perder, un cachorro de león, un dron que no deja de sobrevolar el barrio, los mafiosos locales, aquellos que tratan de buscar adeptos a través de la religión, los policías que olvidan los límites, un disparo, un niño en el suelo…, un polvorín todos los días a punto de estallar. Y muchos intentando contener. Hasta que se abre una brecha. Y un niño con furia en los ojos se da cuenta, tras una jornada de humillaciones continuas, que no tiene nada que perder.
Interesante película.
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