
Narvel Roth es el jardinero jefe de la adinerada viuda amante de las flores Norma Haverhill. Cada año en los jardines Gracewood, orgullo de la zona, se organiza una exposición, aunque la cansada mujer cree que ésta será la última que supervisará. Y pide a Narvel que se encargue de la tutela de su sobrina nieta mestiza Maya, una joven problemática por las adicciones y las malas compañías, a la que no ve desde que era niña, siempre consideró a la madre, su hija, una inepta. Deberá tomarla como aprendiz, y a pesar de su difícil carácter, Narvel comienza a empatizar con esa chica que necesita reformarse, porque él mismo tiene también un pasado, y su trabajo de tantos años en Gracewood fue para él la maravillosa oportunidad de volver a empezar.
El cineasta se toma su tiempo para contar su historia y es hábil dosificando la información sobre el pasado violento de Narvel, del que poco a poco conocemos que tiene un agente de la condicional ante el que debe presentarse periódicamente, y que es un testigo protegido con falsa identidad. De modo que toda la dinámica de la relación triangular antes mencionada va armándose con éxito, aunque quizá las cosas se precipitan algo en el último tramo.
En cualquier caso Schrader pilota bien el film, y se arriesga, por ejemplo en esa bella escena en que en una carretera el asfalto da paso a una vegetación florida exuberante, y apuesta por un tratamiento delicado de la atracción mutua que comienzan a sentir Narvel y Maya, que encaja bien con el trabajo que conlleva la jardinería.
Magnífica, como siempre, la gran Sigourney Weaver.
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