Todos tenemos una quimera, algo que deseamos hacer, tener, pero que nunca encontramos. Para la banda de ‘tombaroli’, los ladrones de antiguas tumbas y de yacimientos arqueológicos, la quimera es soñar con dejar de trabajar y hacerse ricos sin esfuerzo.
De nuevo filmada en un cautivador celuloide, la directora de El país de las maravillas (2014) y Lázaro feliz (2018) vuelve a demostrar su pulso poético con una historia de realismo mágico que recupera las tradiciones y supersticiones de una Italia mítica. En La quimera, además, se apoya en la presencia matriarcal de una Isabella Rossellini seductora e incontestable.
Para Arthur, la quimera se parece a Benjamina, la mujer a la que perdió. Con tal de encontrarla, Arthur se enfrentará a lo invisible, indagará por todas partes, penetrará en la tierra, decidido a encontrar la puerta que lleva al Más Allá de que hablan los mitos. En su osado recorrido entre vivos y muertos, bosques y ciudades, fiestas y soledades, los destinos de los personajes se cruzan, todos en busca de su quimera.
Arthur, interpretado por Josh O’Connor, no está interesado en el dinero que puede obtener vendiendo en el mercado negro esos tesoros, sino que va en busca de su propia quimera, un amor perdido que anhela encontrar gracias a su don.
Josh O’ Connor es Arthur, un arqueólogo inglés sin hogar ni lugar que saquea tumbas ayudando a una banda de pícaros. Tiene un don y lo aprovecha como zahorí para encontrar tesoros etruscos. Pero O’ Connor también ejerce del colgado, la figura del tarot a la que alude el cartel de la película y una figura sacrificial capaz de estar entre dos mundos, el de los vivos y el de los muertos.
De ahí que el protagonista de La quimera se haya impuesto la misión de encontrar a quien fue su amada, que bien podría ser una Beatrice dantesca si no fuera porque responde al nombre de Beniamina y su madre, espléndida Isabella Rossellini, es una matriarca que no se opone a la unión de los amantes. Más bien lo contrario: siente más afinidad con Arthur que con sus propias hijas.
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