El 20 de enero de 1942, destacados representantes del régimen nazi alemán se reunieron en una villa de Berlín-Wannsee para una reunión que pasó a la historia como la Conferencia de Wannsee, en la que se decidió el asesinato sistemático de 11 millones de judíos. La novelización de la historia en los relatos fílmicos tiende a la búsqueda de lo fotogénico en pos, no tanto del rigor histórico, y sí de la consecución de un relato funcional en términos de película. Así, muchas veces se busca la consecuencia más que la causa, la disputa más que su génesis, la descontextualización forzada en favor del relato. La conferencia da por sentado que el espectador sabe lo que sigue al momento histórico que muestra. A partir de ahí, miremos con estupor esta confabulación de canallas.
Destacadas figuras del partido nazi se reúnen en una villa de Berlín, Wannsee. El objetivo de dicho encuentro es deliberar sobre qué hacer con los judíos dispersos no solo en territorio alemán, sino en toda Europa. La conclusión de dicha reunión es aniquilar a 11 millones de personas. La película, con una propuesta formal básica, y una estética de época, te sumerge en un juego de lo más macabro e inquietante. De manera nada juiciosa te muestra a personajes de moral satánica guiados por el diabólico fanatismo nazi. El espectador se encuentra un panorama de “civilizados” genocidas, y el ejercicio de proyección se torna problemático. Con una concepción espacial algo teatral, a lo 12 hombres sin piedad de la maldad, se encierra la diégesis en un espacio del que no se puede escapar de la reflexión “racional” del genocidio.
Aquí aparece la reflexión crítica más visible de la película, la burocracia y la tecnocracia que, esgrimidas con perversidad, constituyen una poderosa herramienta para el propósito nazi. Se dialoga sobre cómo hacer más eficiente el asesinato de millones de judíos recurriendo a la tecnología y a ciertas técnicas organizativas. La conferencia es interesante porque adopta una perspectiva novedosa del genocidio judío a manos de los nazis; porque pone al espectador en una situación incómoda; porque muestra con inquietante frialdad y normalidad la génesis del asesinato de seis millones de personas. Es una película que enriquece con asombrosa capacidad el imaginario colectivo de un triste hecho histórico.
Esta vez el cineasta francés centra su objetivo en el mundo de las redes sociales, a través de la historia de un joven escritor hijo de inmigrantes en plena cúspide de la fama y su descenso a los infiernos, cuando se descubre su perfil de Twitter. La película se inspira en unos sucesos ocurridos en Francia hace unos años -el caso era muy similar-, pero podría decirse simplemente que está basada en hechos reales y cotidianos. Vivimos a diario la viralización y el linchamiento en ese gran patio de vecinos que son las redes sociales, y concretamente, Twitter.
La acción transcurre en apenas 48 horas y Cantet plantea la historia en muy pocos minutos, con un arranque súper contundente desde el punto de vista narrativo y también emocional. Podría decirse que en los cinco primeros minutos de película todas las cartas que van a jugarse en la historia están encima de la mesa. ¿Y el resto del metraje? Habrá quien considere que la cinta se repite o ralentiza. Personalmente soy de las que piensa que ese ir y venir del protagonista, ese hundimiento -de fiestas privadas con palmaditas en la espalda a reuniones amargas con los editores- está maravillosamente bien contado, con ese desconcierto e impotencia que provoca una virtualidad aparentemente lúdica pero que tiene consecuencias devastadoras en la vida real.
En la trastienda de la película de Cantet está, por supuesto, el peligro de que las redes fomenten el discurso del odio, pero está también el riesgo de la cancelación, la censura, el ostracismo, la falta de libertad de expresión o, simplemente, el silencio. Todo esto se encierra en ochenta y siete minutos de buen cine, con sólidas interpretaciones, un arriesgado montaje y un guion provocativo. En definitiva, una de las apuestas más sugerentes de los últimos meses.
Juliette Binoche protagoniza el cartel oficial de la 70 edición y recibirá uno de los Premios Donostia La actriz francesa recogerá la distinción en una gala que incluirá la proyección de ‘Avec amour et acharnement (Fuego)’, película dirigida por Claire Denis.
Juliette Binoche, una de las actrices europeas más internacionales, protagoniza el cartel oficial de la 70 edición del Festival de San Sebastián, que se celebrará del 16 al 24 de septiembre. Ganadora de un Óscar por su trabajo en The English Patient (El paciente inglés, Anthony Minghella, 1996), la intérprete francesa visitará la ciudad por cuarta vez para recibir uno de los Premios Donostia de este año en reconocimiento a una dilatada carrera en la que ha encarnado a cerca de 75 personajes, desde heroínas poderosas a seres frágiles, pasando por personajes históricos, roles dramáticos y papeles cómicos. La ceremonia de entrega del galardón tendrá lugar en el Auditorio Kursaal y contará con la Proyección Premio Donostia de Avec amour et acharnement / Both Sides of the Blade (Fuego, 2022), película con la que Claire Denis ganó el Oso de Plata a la Mejor dirección en el último Festival de Berlín y que cuenta en su elenco con Vincent Lindon, Grégoire Colin y la propia Binoche.
Tras dar sus primeros pasos en el teatro y formarse como actriz en el Conservatorio Nacional de Arte Dramático, Juliette Binoche (París, 1964) debutó en el cine con Liberty Belle (Pascal Kané, 1983), a la que siguieron algunos papeles en obras de cineastas como Jean-Luc Godard (Je vous salue, Marie / Yo te saludo, María, 1985), Jacques Doillon (La vie de famille, Sección Oficial, 1985) o André Techiné (Rendez-vous / La cita, 1985), con quien volvió a coincidir años más tarde en Alice et Martin (Alice y Martin, 1998). La icónica Mauvais sang (Mala sangre, 1986) supuso su primera colaboración con Leos Carax, a cuyas órdenes también filmó Les amants du Pont-Neuf (Los amantes del Pont-Neuf, 1991). Desde los inicios de su carrera ha alternado títulos rodados en francés con otros muchos realizados en inglés como las adaptaciones literarias de The Unbearable Lightness of Being (La insoportable levedad del ser, Philip Kaufman, 1988), Wuthering Heights (Cumbres borrascosas, Peter Kosminsky, 1992) o Damage (Herida, Louis Malle, 1992), en las que actuó con Daniel Day-Lewis, Ralph Fiennes y Jeremy Irons, respectivamente. Otras figuras con las que ha compartido reparto durante su carrera son Mathieu Amalric, Daniel Auteuil, Judi Dench, Steve Carell, Catherine Deneuve, Johnny Depp, Ethan Hawke, Mathieu Kassovitz, Samuel L. Jackson, Denis Lavant, Olivier Martinez, Clive Owen y Robert Pattinson.
Binoche encarnó a una mujer en duelo en la película que inauguró la célebre trilogía de Krzysztof Kieslowski, Trois couleurs: Bleu (Tres colores: Azul, Zabaltegi, 1994), por cuyo trabajo recibió el Premio a la Mejor actriz en el Festival de Venecia y un Premio César, distinción a la que ha optado en nueve ocasiones más. También fue la novelista George Sand en Les enfants du siècle (Confesiones íntimas de una mujer, Diane Kurys, 1999). Pero el reconocimiento internacional masivo le llegó gracias a su inolvidable personaje de enfermera en The English Patient (El paciente inglés, 1996), que le proporcionó el Óscar a la Mejor actriz de reparto y el Premio a la mejor actriz en el Festival de Berlín. Ha trabajado al mando de cineastas europeos como Jean-Paul Rappeneau, que clausuró fuera de concurso la Sección Oficial del Festival de San Sebastián con Le hussard sur le toit (El húsar en el tejado, 1995); Chantal Akerman (Un divan à New York / Romance en Nueva York, 1996), Patrice Leconte (La veuve de Saint-Pierre / La viuda de Saint-Pierre, 2000), Lasse Hallström (Chocolat, 2000), John Boorman (Country of My Skull / Un país en África, 2004) y Michael Haneke, con quien ha rodado dos obras fundamentales: Code inconnu: Récit incomplet de divers voyages (Código desconocido, 2000) y Caché (Escondido, 2005). En 2002, además, protagonizó Décalage horaire (Jet Lag, Danièle Thompson), filme con el que visitó San Sebastián por primera vez para clausurar la Sección Oficial fuera de competición. Otros títulos destacados de su filmografía incluyen Mary (Abel Ferrara, Perlak, 2005), Le voyage du ballon rouge (El vuelo del globo rojo, Hou Hsiao-Hsien, 2007), Disengagement (Amos Gitai, 2007) y Shirin (Abbas Kiarostami, 2008), con cuyo director volvió a trabajar en Copie conforme (Copia certificada, 2010), una historia de amor ambientada en la Toscana que le valió el Premio a la Mejor actriz en el Festival de Cannes.
Juliette Binoche ha compaginado papeles en grandes superproducciones de acción como Godzilla (Gareth Edwards, 2014) o Ghost in the Shell (Ghost in the Shell: el alma de la máquina, Rupert Sanders, 2017) con trabajos para autores de la talla de David Cronenberg (Cosmópolis, 2012), Isabel Coixet (Nadie quiere la noche, 2015) o Bruno Dumont, con quien ha actuado en Ma Loute (La alta sociedad, 2016) y Camille Claudel 1915 (2013), en la que encarnó a la reconocida escultora Camille Claudel. También son frecuentes sus incursiones con el cineasta Olivier Assayas, que la ha dirigido en L’heure d’été (Las horas del verano, Perlak, 2008), Clouds of Sils Maria (Viaje a Sils Maria, 2014) y Doubles vies (Dobles vidas, 2018). En 2018 la actriz regresó a San Sebastián para presentar dos películas que compitieron en la Sección Oficial: Vision (Viaje a Nara / Vision), un relato místico de Naomi Kawase, y High Life, una nueva colaboración con Claire Denis enmarcada en el género de la ciencia ficción que obtuvo el Premio Fipresci. Junto a esta directora, con quien ya había rodado Un beau soleil intérieur (Un sol interior, 2017), ha trabajado recientemente en una película que compitió en la última Berlinale, Avec amour et acharnement (Fuego, 2022), la historia de un triángulo amoroso que Binoche forma junto a Vincent Lindon y Grégoire Colin. Será la Proyección Premio Donostia que acogerá el Auditorio Kursaal tras la gala en la que la actriz recibirá el galardón.
Entre sus últimos trabajos también figuran La vérité (La verdad, Perlak, 2019), de Hirokazu Koreeda, con quien la actriz viajó a San Sebastián por tercera vez, y Ouistreham (En un muelle de Normandía, Emmanuel Carrère, 2021), que el año pasado participó en Perlak y se alzó con el Premio del Público Ciudad de Donostia / San Sebastián a la mejor película europea.
Año 1985. Óliver, un niño con una imaginación desbordante, se muda con su familia al rincón más al sur de Europa, justo cuando está a punto de pasar el Cometa Halley. Estos acontecimientos marcarán un antes y un después en la vida emocional de Óliver, que buscará en las estrellas la solución a sus problemas en el nuevo colegio, en el barrio y en casa. Para colmo, su abuelo, apodado “el majara”, se anima a ayudarle a interpretar el mensaje del cometa y dar un paso al frente en su nuevo universo.
Estamos ante un filme dirigido fundamentalmente a un público juvenil en la línea de E.T. y Regreso al futuro (véase el personaje del abuelo Gabriel) con guiños continuos a Harry Potter e incluso a Manolito Gafotas. Rodada en Algeciras, la acción se sitúa en Campo de Gibraltar en 1985 (acabadas descripciones del mundo laboral de la época), semanas antes del último avistamiento del cometa Halley. Oliver, que acaba de trasladarse con sus padres a la zona, se encuentra con las dificultades añadidas a su adolescencia que le supone un nuevo entorno: nuevo colegio, nuevo barrio (donde tendrá que relacionarse con gitanos) y, en su casa, un ambiente familiar enrarecido debido al paro de su padre. Será gracias al abuelo Gabriel, concentrado en un mundo irreal basado en la astronomía y en el cometa Halley, que Oliver irá superando sus dificultades entrando a asumir la realidad de la muerte y la importancia de la amistad y del amor. El abuelo tratará de convencer a su nieto del papel fundamental del destino y del azar (lo que las estrellas nos dan y nos quitan), pero más allá de estos factores lo que ayudará sobre todo a Oliver será un proceso de maduración personal que tenga en cuenta el amor a la familia, el valor de la amistad, la solidaridad con los demás (en este caso, con sus vecinos gitanos).
Película bien realizada y ambientada, con ritmo vibrante, conmovedor en ocasiones, y que cuenta con muy buenas interpretaciones de María León, Salva Reina, Pedro Casablanc y el niño Rubén Fulgencio. A estos elementos se le añaden una ajustada música de Julio de la Rosa y una excelente fotografía de Carlos García de Dios. La película se demora muchas veces en un acercamiento más realista e intimista (las escenas familiares y el proceso de maduración del protagonista citado antes) con el que quiere equilibrar un excesivo despliegue de fantasía.
Empieza con un clásico paneo de fotografías enmarcadas de dos novios enamorados, un orgulloso padre primerizo con su hija, una familia feliz de cuatro miembros, y una familia ligeramente envejecida en la graduación de la hermana mayor… Luego, Un nuevo mundo, rápidamente y sin compasión hace honor a su título, ya que vemos a Philippe (VincentLindon) y a Anne Lemesle (Sandrine Kiberlain, su exesposa en la vida real), los novios de la foto, en el despacho de un abogado durante las intensas negociaciones de un acuerdo de divorcio. La causa es el trabajo de Philippe (en los últimos años, han pasado seis fines de semana juntos, calcula Anne con frialdad). En una escena realista donde la tensión va en aumento, vemos rabia, acusaciones, resentimiento, lágrimas y, por último, una profunda tristeza.
Corte abrupto hacia un montaje de la vida cotidiana de Philippe: traje y corbata, pastilla, probablemente para el corazón o la presión arterial, cinta de correr en el gimnasio; una metáfora apropiada de la carrera de ratas. Otro corte para ver la realidad laboral de Philippe, comiéndose esos fines de semana que debería pasar en casa. La gestión eficiente, captada mediante una serie de enérgicas escenas de reuniones de la junta directiva, siempre se puede mejorar. La oficina central, con sede en Estados Unidos, acaba de exigir una reducción de gastos en las operaciones europeas, y los jefazos franceses anuncian el plan de despido a los respectivos directores. Hay juego sucio (“Alemania ya lo ha conseguido”) y los directores recurren a su farol (“Ayer hablamos con Alemania, están en el mismo atasco”). Sea como fuere, las dos realidades de Philippe esperan con expectación los resultados, impulsándolo hacia un posible colapso. El director y el guionista del filme ofrecen una posibilidad de redención cuando un problema familiar urgente, que involucra a su hijo Lucas, diagnosticado de TEA, obliga a dejar a un lado las crisis corporativa y familiar. En este paréntesis para respirar, Philippe diseña un plan para encontrar una solución beneficiosa para todos los implicados. El resultado, plausiblemente abierto, requiere reevaluación, indicios de reconciliación y un poco de juego sucio.
Julie (Laure Calamy) no cuenta con ninguna ayuda para criar a sus dos hijos pequeños. Divorciada desde hace tiempo, parece que a su exmarido no le viene bien pagarle la pensión de manutención. Aún así, Julie lucha cada día para mantener a su familia trabajando en el centro de París como parte del equipo de limpieza de un lujoso hotel.
Con A tiempo completo estamos ante una de las mejores películas de la actual cartelera española. No es sencillo a día de hoy encontrarse con buen cine. Más bien, y de eso tienen mucha culpa el auge de las plataformas, estamos acostumbrados a un cine tipo “fast food” que tras su visionado no deja huella alguna. Por eso, tenemos que darle las gracias a las pequeñas distribuidoras porque hacen posible que tanto críticos como espectadores podamos disfrutar de un cine en mayúscula, acercándonos esas pequeñas-grandes joyas que esconde el cine internacional y que de otro modo no tendríamos oportunidad de ver.
El drama de una mujer que tiene que lidiar con un exmarido que no pasa la pensión; el banco reclamando pagos y sin apenas efectivo para hacer frente a los gastos más comunes y diarios; con problemas para poder dejar a sus hijos a buen recaudo antes y después de salir del colegio; y un precario trabajo como jefa de camareras de un hotel de cinco estrellas que la somete a duras y frenéticas jornadas laborales. A todo esto se le suma la huelga de transportes que tras la pandemia paralizó París durante semanas. Tanta será la desazón que el único rayo de esperanza será una entrevista laboral a la que Julie asiste de tapadillo poniendo en jaque su puesto actual de trabajo.
Eric Gravel presenta una crítica social que impacta directamente en el espectador y que plantea los muchísimos problemas que aún supone la conciliación familiar. Un término que queda muy bien en los discursos políticos pero que a la hora de la verdad enfrenta a los padres a situaciones de constante incompatibilidad de la vida laboral y la familiar.cuenta con una interpretación sobresaliente, un ritmo frenético, una narrativa de lo más eficaz, y una historia cotidiana que consigue por completo que empaticemos con su protagonista.
Se trata de la nueva película del director francés Jacques Audiard. Presentada en la sección oficial de Cannes y con 5 nominaciones en los premios César, narra los entresijos de tres vidas por las calles de París, donde la poética se hace con el papel protagonista.
La ciudad del amor, la ciudad de las luces vuelve a presentarse como testigo de la vida de una historia romántica. O así es como muchos pueden entender la historia, cuando en realidad, va mucho más allá. París, Distrito 13 habla de amor, sí, pero también de fracaso y error, de encontrar un sitio, de compartir una vida, de superponer los cimientos de tu propia historia. Y es que no hay mejor manera de contar esta historia que a través de las palabras. Jacques Audiard lo sabe muy bien, apuesta toda su magia en el guion, más concretamente en el diálogo, un diálogo fluido, embaucador y absorbente. Consigue desplazarnos al mismo restaurante donde Émilie (Lucie Zhang) y Camille (Makita samba) pasan las horas hablando sobre las cosas más banales del mundo, pero que se traduce como si no importase nada más.
Sin apenas esfuerzo nos lleva donde quiere únicamente a través de una conversación, construida con primeros planos y contra planos, durante varios minutos. Pero que no haya confusión, todo en ello es rítmico y dinámico. No hay tiempo para la redundancia ni el aburrimiento. Es un filme que trata de encontrar a la persona correcta. Al salir de la sala de cine, añoramos esa vida que no nos importaría tener, cuando en realidad no hay nada embaucador en ello, solo que Jacques Audiard engaña para que así se crea. Produce una sensación que no podría lograrse sin unos personajes complejos y muy bien definidos como lo son Émilie, Camille y Nora. Se construyen a través de sus palabras, dejando ver sus errores e imperfecciones, adquiriendo una personalidad realista con la que nosotros, los espectadores, no nos podemos sentir más identificados.
Esta historia se embauca en unos personajes que solo con aparecer en pantalla ya nos parece que conocemos de hace tiempo. Además de contar con unas interpretaciones carismáticas y expresivas; magnífica Lucie Zhang, en el papel de la imperfecta Émilie. Y, sobresaliente, una vez más… la gran Noémie Merlant.
La banda sonora le aporta dinamismo y variedad, reforzando así la idea de actualidad. Donde unosprotagonistas treintañeros pragmáticos que no quieren estar donde están, pero tampoco saben a dónde quieren ir. Los sueños se han roto y parece que no importa. Y aun así, nos sentimos atraídos hacia su magia. Esta película francesa posee muchas capas. Todo a su alrededor se romantiza. La juventud, las azoteas parisinas, incluso su propio trabajo fotográfico. Y es que el blanco y negro no sólo simboliza esa dualidad centrada en los intereses amorosos, sino que evoca al recuerdo, la nostalgia y por consiguiente, tendemos a romantizar su visión. Un blanco y negro que tapa la historia pesimista que se nos está contando, endulza el dolor y lo hace deseable.
Anne (Anamaria Vartolomei), una joven y brillante estudiante con un futuro prometedor, descubre que está embarazada. De la noche a la mañana ve truncada la oportunidad de terminar sus estudios y huir de las asfixiantes restricciones de su entorno. Anne es una joven con un futuro prometedor. Su rendimiento académico es ejemplar, sus seres queridos la adoran y sueña con poder convertirse en escritora algún día. Pero, como ella misma dice en un momento de la película, se ve aquejada por una grave enfermedad: esa que convierte a las mujeres en amas de casa.
El acontecimiento, la adaptación de la novela de Annie Ernaux que ha dirigido Audrey Diwan, que conquistó el León de Oro del pasado Festival de Venecia “por unanimidad”. La escritora contaba en el libro su propia experiencia abortando en la Francia de los 60, cuando estaba prohibido y perseguido por la ley; justo antes de mayo del 68, cuando la liberación sexual se convirtió en grito de guerra. Lo que hace Diwan es convertir su película en una experiencia inmersiva, casi física.
Retrata una época en la que pronunciar la palabra aborto ya suponía todo un escándalo. Una actividad perseguida por la ley que ponía en peligro la vida de las mujeres que, de forma clandestina, lo arriesgaban todo para poder tomar las riendas de su destino. La película no solo funciona como alegato a favor del aborto, sino que también es un canto a la libertad de la mujer. Un grito furioso contra aquellos que quieren decidir sobre la vida de los demás.
A lo largo de varias semanas vemos como Anne se siente aislada, rechazada y totalmente desamparada cuando intenta buscar ayuda, cuando trata de entender lo que está pasando y quiere romper las imposiciones de una sociedad opresiva. Y la película triunfa al conseguir hacernos partícipes de esta situación. La música sólo aparece en ocasiones muy concretas y la cámara, que no se despega de Anne en ningún momento, es testigo de una realidad no muy lejana en el tiempo que nunca debemos olvidar. La interpretación de Anamaria Vartolomei es magnífica. Con solo una mirada es capaz de transmitir el miedo, la rabia y la incertidumbre que siente una joven en su situación.
En las novelas de Annie Ernaux siempre hay un elemento que se repite, la diferencia de clases. También está presente en El acontecimiento, y también está en su adaptación gracias a pequeños e inteligentes detalles.