

Esta vez el cineasta francés centra su objetivo en el mundo de las redes sociales, a través de la historia de un joven escritor hijo de inmigrantes en plena cúspide de la fama y su descenso a los infiernos, cuando se descubre su perfil de Twitter. La película se inspira en unos sucesos ocurridos en Francia hace unos años -el caso era muy similar-, pero podría decirse simplemente que está basada en hechos reales y cotidianos. Vivimos a diario la viralización y el linchamiento en ese gran patio de vecinos que son las redes sociales, y concretamente, Twitter.
La acción transcurre en apenas 48 horas y Cantet plantea la historia en muy pocos minutos, con un arranque súper contundente desde el punto de vista narrativo y también emocional. Podría decirse que en los cinco primeros minutos de película todas las cartas que van a jugarse en la historia están encima de la mesa. ¿Y el resto del metraje? Habrá quien considere que la cinta se repite o ralentiza. Personalmente soy de las que piensa que ese ir y venir del protagonista, ese hundimiento -de fiestas privadas con palmaditas en la espalda a reuniones amargas con los editores- está maravillosamente bien contado, con ese desconcierto e impotencia que provoca una virtualidad aparentemente lúdica pero que tiene consecuencias devastadoras en la vida real.
En la trastienda de la película de Cantet está, por supuesto, el peligro de que las redes fomenten el discurso del odio, pero está también el riesgo de la cancelación, la censura, el ostracismo, la falta de libertad de expresión o, simplemente, el silencio. Todo esto se encierra en ochenta y siete minutos de buen cine, con sólidas interpretaciones, un arriesgado montaje y un guion provocativo. En definitiva, una de las apuestas más sugerentes de los últimos meses.
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