
Ana, recién llegada de Colombia, es empleada doméstica en una lujosa mansión donde veranea una adinerada familia de marchantes de arte. La joven trabaja de sol a sol, sin contrato, bajo la promesa de conseguir condiciones dignas al final del verano, siempre y cuando sea discreta y calladita. Pero a través de Gisela, la empleada de la casa vecina, Ana descubrirá que las cosas no funcionan exactamente como le han contado, y aprenderá a divertirse un poco más durante su verano en la Costa Brava.
Con cierta similitud a Parásitos, aunque desarrollada la historia en la Costa Brava podría definirse Calladita, el debut en la dirección de Miguel Faus, una película que llega abanderada por el sello de Steven Soderbergh, que lo eligió en un concurso de proyectos para apoyarlo económicamente, y que se financió gracias a los NFT, una forma de producción en la que Faus sigue creyendo como alternativa a los métodos tradicionales para levantar un proyecto.
Calladita se ajusta a un tono más realista que el filme de Bong Joon-Ho, pero muestra la revolución silenciosa de una interna contra los pijos burgueses y modernos que la contratan para hacerles todo en su casa de verano.
Ella (una magnética Paula Grimaldo) cocina, lava, plancha, y encima aguanta las impertinencias del hijo de la pareja, un excelente Pol Hermoso como niño mimado enganchado a las criptomonedas. Todo bajo la promesa de unos papeles de nacionalidad que son un canto de sirena. Un filme que nació como el proyecto de graduación de Faus en la London School y que primero fue un corto donde siempre estaba en mente su continuación en largometraje.
Quizá el principal problema del filme resida en lo estereotipado que terminan siendo estos personajes, lo que resta fuerza a la sátira sobre un mundo burgués de apariencias y egoísmos, demasiado caricaturesco. No es tanto un problema de actuación, pues Luis Bermejo, Ariadna Gil, Violeta Rodríguez y Pol Hermoso no resultan estridentes, sino del contexto y el contenido.
Frente a ellos, frente al espejo social deformado que representan, Ana, la chica colombiana, alcanza una cierta madurez –emocional, cultural y de clase– y su previsible proceso de transformación ante las miserias morales de quienes la emplean y le pagan (mal) se erige en el eje vector del relato.
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NOTA: La fotografía publicada en este artículo es propiedad de la productora del filme.