
Mathieu le debe todo a su amigo Vincent: su casa, su trabajo, y hasta el haberle salvado la vida hace diez años. Juntos, con sus parejas, forman un equipo inseparable y viven una vida sin preocupaciones en la costa azul. Pero, la lealtad de Mathieu se pone a prueba cuando descubre que Vincent le es infiel a su mujer. Cuando la amante de Vincent aparece asesinada, la sospecha se instala en el corazón de las dos parejas, acompañada de un cortejo de cobardías, mentiras y culpabilidad.
Al habitualmente actor Yvan Attal, se le dio mucho mejor su anterior incursión en la fusión de drama en intriga en El acusado, estrenada en 2021, y mucho más sólida e interesante que Jugando con fuego, quizá porque se decantaba hacia el abordaje de cuestiones sociales en lugar de apegarse a un ejercicio de género más clásico como el de la película que aquí nos ocupa, intentando buscar una originalidad que no encuentra a lo largo de todo su metraje.
Dicho sea de paso, Attal parece estar más cómodo como director en el terreno de la fusión de comedia y drama, como demuestran Mi mujer es una actriz (2001), Una razón brillante (2017) o Mi perro tonto (2019), más centradas. Pero tropieza en este enredo dubitativo, que inicia en clave de flashback e intriga y se desarrolla luego con dudas y lentamente en su primera parte, derivando por un drama sin agarre basado en el asalto con el que comienza el viaje de los personajes, menos intenso y presentado visualmente de forma torpe y plana que contradice otros trabajos de su director más vigorosos.
Jugando con fuego recuerda productos muchos mejores creados en el cine español de la misma índole, como por ejemplo La cara oculta (Andrés Baiz, 2011), El cuerpo (Oriol Paulo, 2012), Secuestro (Mar Targarona, 2016), Contratiempo (Oriol Paulo, 2016).
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NOTA: La fotografía publicada en este artículo es propiedad de la productora de la película.