Francia, finales del siglo XIX. Louise Violet es una profesora parisina, enviada a la campiña francesa. En un lugar donde la vida cotidiana está ligada a las estaciones, la tierra y los cultivos, primero deberá convencer a los habitantes para que envíen a sus hijos a la escuela. Con la ayuda del alcalde, los padres y sus hijos acaban por aceptarla. Pero pronto, su pasado la alcanza. A pesar de los obstáculos, la señorita Violet se entregará en cuerpo y alma a su creencia: la educación es la clave de la libertad.

Frente a la resistencia y las tradiciones arraigadas, la señorita Violet lucha con determinación, guiada por su firme creencia en que la educación es la verdadera clave para la libertad y el progreso.

Alexandra Lamy, también competente, es la maestra con un oscuro pasado –formó parte de la Comuna, y pagó por ello–, que trata de imponer la educación obligatoria en una aldea de la Francia profunda a finales del siglo XIX. Al principio los pupitres están vacíos, pero poco a poco… Una película quese ve con gusto, y no hace daño a nadie, incluso nos recuerda que la escuela para todos no fue algo que se consiguió con tanta facilidad.

La primera escuela refleja ese tiempo revolucionario en lo social, en el que empezó a activarse la iniciativa política de que la educación básica llegase hasta el más modesto rincón de cada país en un mundo cambiante, con el fin de que toda persona tuviese acceso al saber, y ello le otorgase la libertad de elección de su futuro según sus capacidades y anhelos. Un bonito ideal que siguió colisionando con la áspera realidad, pero que se ha ido imponiendo con el paso del tiempo.

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