
En su tercer largo en solitario y tras el éxito de Matar a Jesús— la directora colombiana Laura Mora, ha infiltrado su cámara en las calles de Medellín, donde la violencia y la miseria atraviesan los barrios marginales y en que los niños nacen ya hombres, madurando a base de los golpes de la vida.
La cineasta sigue a cinco jóvenes, Rá, Culebro, Sere, Winny y Nano, que sobreviven a la violencia de las calles de Medellín y deciden hacer un difícil viaje por el bajo Cauca antioqueño para reclamar una tierra prometida. Los cinco forman una especie de clan fraternal en el que tienen que abrirse camino en un mundo paralelo sin leyes. Al hacerlo, defienden ideales como la amistad y la dignidad, pero también muestran desobediencia y resistencia. Cuando Rá hereda las tierras de su difunta abuela a través de un programa de restitución del gobierno, decide ir a reclamarla junto a sus amigos. Pero en el camino se encuentra con distintos peligros y amenazas.


Contando con actores no profesionales salidos de las propias calles que retrata, la película de Mora es una fuga hacia adelante en busca de una tierra prometida, de un hogar que se le resiste a unos chavales dejados de la mano de Dios, de los que nadie cuida, que no entienden de otro amor más allá de la lealtad al hermano, puesto que todos ellos lo han de ser los unos de los otros, ya que no tienen otra familia.
La película se convierte en una odisea en busca del hogar. La fotografía de David Gallego, a ratos naturalista, a ratos expresiva ensoñación, resumen el pulso entre la realidad de la que escapan y la fantasía que esperan habitar.
Gran película, Concha de Oro en el pasado Festival Internacional de Cine de San Sebastián.
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