Esta película se basa en Las vidas de Lee Miller, la única autobiografía autorizada escrita por su hijo, un guion a tres bandas firmado por Liz Hannah (Mindhunter), Marion Hume (The South Bank Show) y John Collee (Monkey Man) y al frente –nunca mejor dicho–, una Kate Winslet (Titanic) encarnando a esta modelo reconvertida en fotoperiodista de guerra, que inmortalizó con su cámara algunos de los momentos más escalofriantes del siglo XX, en plena Segunda Guerra Mundial y bajo el régimen del nazismo.


De su padre recibió las primeras influencias como modelo y como fotógrafa, facetas que desarrolló a lo largo de su vida, y en ambas hizo carrera profesional.
Sin embargo, todo cambió cuando una de sus fotografías fue usada para una campaña publicitaria de higiene femenina, impactando así su carrera en el mundo de la moda de manera negativa.
Es entonces que Lee deja todo lo que tenía en Estados Unidos para mudarse a Europa, donde su vida fa un giro importante. Y es que no solo conoce nuevas maneras de expresión; sino que, con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, Lee se convierte en una de las corresponsales de guerra más importantes e influyentes de la época.
La estructura que adopta el filme es una de las más manidas del género: un joven periodista entrevista a una Lee Miller mayor (interpretada también por una Winslet envejecida por la magia del maquillaje) mientras observan fotografías y, a partir de ahí, una sucesión de flashbacks que van y vienen constantemente a esta conversación y que relatan capítulos de la vida de Miller encadenados de forma artificial como si de un artículo de Wikipedia se tratara. Primero, una etapa prescindible en 1938 en el sur de Francia, rodeada de amigos. Después, un salto a un Londres en pleno Blitz, donde busca trabajo en VOGUE como fotógrafa: unos primeros pasos en la carrera de Miller que se retratan vagamente y de forma superficial. No es hasta que Miller se convierte en corresponsal de guerra –periodo que se presenta de forma muy reductiva– que la película remonta, con el asedio de Saint-Malo, pero, sobre todo, durante su último acto con la caída del Reich, el horror del campo de concentración de Dachau recién evacuado y la icónica imagen en la bañera de Hitler.
Ellen Kuras, quien ya había trabajado con Winslet en ¡Olvídate de mí! como directora de fotografía, debuta aquí como directora (a propuesta de la misma Winslet) con un biopic que, pese a su figura tan fascinante, carece de alma propia. Es un relato que avanza con el piloto automático puesto, sin riesgo, sin audacia, sin una voz distintiva. Esta película era el trabajo soñado de Winslet, que ha tardado nueve años en materializarse. La actriz británica, además, ha ejercido de productora, ha participado en la elección del casting, ha ayudado a encontrar localizaciones e incluso durante dos semanas puso dinero de su bolsillo para pagar al equipo debido al ajustado presupuesto de la película.
Winslet entrega una actuación solvente. A su lado, un elenco de lujo donde destaca un sorprendente Andy Samberg (Brooklyn Nine-Nine) en un registro más dramático de lo habitual, junto a nombres desaprovechados como Alexander Skarsgård (Succession), Josh O’Connor (Rivales), Marion Cotillard (Origen), Andrea Riseborough (To Leslie) y Noémie Merlant (Emmanuelle), cuyos personajes poco aportan a la historia.
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