
Durante la Guerra Fría entre Estados Unidos y Rusia, el ingeniero Greville Wynne (Benedict Cumberbatch) se infiltra como espía en el MI6, servicio de inteligencia británico. Cuando la crisis de los misiles cubanos promete inclinar la balanza a favor del país soviético, Wynne comenzará a trabajar con la CIA para filtrar información sobre el plan que tienen en marcha los rusos y así evitar una catástrofe.
La trama de la película de Cooke comienza en la conflictiva década de los años sesenta, cuando la Guerra Fría estaba en unos niveles alarmantes, en cuanto a la posibilidad de un enfrentamiento nuclear entre la U.R.S.S. y USA. En medio semejante clima de tensiones internacionales, un hombre de negocios llamado Greville Wynne (Benedict Cumberbatc) es contactado por el MI6 británico, para que se reúna en Moscú con un supuesto y misterioso disidente del politburó. Wynne se resiste a participar en primera instancia, ya que no sabe nada sobre operaciones de este tipo; pero al final accede a la propuesta. Una vez en la capital soviética, el protagonista toma contacto con el general Oleg Penkovsky (Merab Ninidze), el individuo encargado de proporcionarle documentos relativos a las actividades del gobierno presidido por Nikita Krushchev. Tras conocerse, los dos inician una amistad que acabará drásticamente.
Dominic Cooke desarrolla una historia que posee la fuerza de estar basada en hechos reales, y la cual se alimenta de la potente actuación de Benedict Cumberbatch; pero es incapaz de desarrollar una atmósfera lo suficientemente inquietante, como para reproducir con credibilidad el clima de terror latente que se vivía en el universo de secretos mortales de la época de los bloques capitalista y comunista. Parte de la culpa de ese error a la hora de construir un escenario convincente la tiene el hecho de que la mayoría de los personajes que deambulan por la película carecen de entidad propia, y solo se mueven por cauces demasiado tópicos o desdibujados. De la desconcertante y fría Emily Donovan (Rachel Brosnaham) al caricaturizado Krushchev, el resto de los roles quedan como simples sombras, en una obra que únicamente centra su atención en la capacidad dramática de Cumberbatch.
El espía inglés hace echar de menos los títulos clásicos de ese tiempo dominado por secretos oficiales embutidos en maletines oscuros; y de agentes con gabardina y sombrero, intercambiando informaciones sorprendentes y demoledoras. Un género que Dominic Cooke únicamente toca de manera tangencial.
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