VINCENT DEBE MORIR (Dir. Stephan Castang)

Tras debutar en Cannes y pasar por el Festival de Cine de Sitges, donde se alzó con dos grandes premios (mejor dirección novel y mejor interpretación masculina), llega a los cines Vincent debe morir. Es una producción pequeña, muy apoyada en su reparto y en su aspecto realista y brutal. Todos los medios con los que cuenta están al servicio de la verosimilitud.

Vincent debe morir arranca mostrándonos a un hombre corriente que, sin razón aparente, es atacado en su trabajo. Sorprendido, al principio no le da más importancia y lo considera un rapto de ira puntual. De hecho, ni siquiera denuncia el suceso.

Sin embargo, ésta es solo la primera agresión a la que se enfrenta. Nunca sabe quién, nunca sabe por qué, pero repentinamente parece convertirse, de forma aleatoria, en el objetivo de alguien desconocido, dispuesto a echarse sobre él para matarlo con sus propias manos con un nivel de violencia inusitado.

El guion de Vincent debe morir no profundiza especialmente en si hay esperanza o no, así que quien busque una de esas narraciones que da respuesta a las preguntas más básicas como qué es lo que origina esta situación o en qué desemboca a nivel global, no quedarán del todo satisfechos. Queda abierta a la interpretación, centrándose más bien en en el plano íntimo.

Lo que sí trasciende y se queda flotando en la sala tras el visionado de la película es otra cuestión: si no estaremos abocados a la autoextinción y si hay esperanza para quienes logren superar la ira y la enajenación mental transitoria.

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