FLEE (Dir. Jonas Poher Rasmussen)

Cuenta la historia real de Amin, que se enfrenta a un doloroso secreto que ha mantenido oculto durante 20 años y que amenaza con desbaratar la vida que ha construido para él y su futuro marido. Amin acepta contar su extraordinario viaje como niño refugiado de Afganistán en este documental, con la condición de que no se revele su identidad. Para lograr tal propósito, el director Jonas Poher Rasmussen decide emplear un estilo de animación que no sólo protege al narrador, sino que potencia su historia, combinando el tiempo y la memoria de forma visceral y poética.

Por desgracia, el tema de los refugiados es algo que está muy presente en la sociedad actual y quien más y quien menos tiene una opinión al respecto. Y evidentemente, el hecho de tener que dejar tu hogar atrás con todo lo que supone por culpa de guerras sangrientas es un proceso doloroso que marca de por vida y que es del día a día de millones de personas. Al ser un asunto tan propio de la actualidad es normal que se haya hecho varios documentales al respecto desde varias perspectivas a la hora de abordar el problema, pero lo cierto es que ninguno se había atrevido a narrar un testimonio real usando la animación de manera tan orgánica.

Y es que como bien reza la sinopsis de Flee, el usar la animación es un recurso visual excelente para mantener el anonimato y hacer un despliegue técnico sencillo pero increíblemente efectivo mientras se realiza la entrevista. Se puede hacer una recreación de todo el viaje de Amin para llegar a su destino final en Copenhague con una animación 2D donde los trazos son los grandes protagonistas, con una paleta de colores más bien apagada donde predominan los tonos áridos y el blanco en Kabul y los grises de las grandes metrópolis como la Moscú tras la disolución de la URSS y donde el punto de vista el protagonista pese a todos los reveses que sufre por el camino no es un relato cargado de miseria ni moralina. De hecho, es de agradecer que para los momentos más crueles se opte por una animación incluso más sencilla, donde el juego de luces y sombras gracias a los esbozos en carboncillo es suficiente vistazo para que el espectador termine de crearse la imagen en su cabeza.

Se agradece que la Flee dentro del tema tan trágico que trata lo sepa hacer aportando una pequeña luz al final del túnel donde no todo es maniqueo y apesadumbrado, y con un soporte que suma enteros y que consigue darle el empaque perfecto a todas las palabras de los testimonios del protagonista.

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