TÚ Y YO (Dir. Bernardo Bertolucci), por Yolanda Aguas

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Tras su última obra maestra, “Soñadores”, el maestro italiano –nacido en Parma – BERNARDO BERTOLUCCI presentó el año 2012 «Tú y yo».   Nosotros vimos la película durante una edición del Festival de Cine de San Sebastián, dentro de ZABALTEGUI el 28 de septiembre de 2012.

Tú y yo, es una obra maestra.

Adaptación de la novela de Niccolo Ammaniti, IO E TE (Tú y yo) la nueva película de Bernardo Bertolucci transporta al espectador a un territorio teatral, el sótano de un edificio donde dos personas conviven sin haber deseado esa situación y teniendo intereses muy diferentes.  Un chico de catorce años Lorenzo (Jacopo Olmo Antinori), huraño, que huye de todo el mundo, que acude a un psicólogo precisamente por ello, se ha escondido en ese lugar durante una semana de vacaciones, en que supuestamente debería estar esquiando con sus compañeros.

Su hermanastra Olivia (Tea Falco), una joven solo un poco mayor, muy guapa y vital, llega allí desesperada, con problemas que quiere resolver sola, en esa cueva donde ha encontrado al chico y en la que ambos se conocerán obligatoriamente.

A sus 76 años, Bernardo Bertolucci sigue interesándose por los personajes jóvenes que despiertan a la complejidad de los dilemas adultos.

La película significó el regreso de Bernardo Bertolucci, que decidió hace unos años apartarse de cualquier actividad pública y que tardó mucho tiempo en asumir su minusvalía. Reapareció en la edición del Festival de Cannes del año 2012 con este filme y con la confesión de que volver a dirigir había sido para él como un regreso a la vida.

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El veterano cineasta mantuvo silencio durante diez años. Por problemas de salud ha tenido que utilizar una silla de ruedas, de la que ya no puede prescindir y este tiempo en que no rodó nada fue el que necesitó para asumir su condición y acostumbrarse a su estado.

Director imprescindible en la cinematografía mundial, su obra abarca títulos tan míticos como extraordinarios: El conformista (1970), El último tango en París (1972), Novecentro (1976), El último emperador (1987), El cielo protector (1990), El pequeño Buda (1993). Quien escribe estas líneas reconoce su predilección por la magnífica  La estrategia de la araña, película de 1970 con Giulio Brogi y Alida Valli.

En los últimos años, Bertolucci  ha recibido numerosos premios honoríficos que dan fe de su importancia en la Historia del Cine. En 2007, recibió el León de Oro honorífico de Venecia y en 2011 fue el Festival de Cannes el que le distinguió con una Palma de Oro honorífica. Por otra parte,  el director de Soñadores fue el presidente del jurado del Festival de Venecia, cuando se cumplió su  70 edición.

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NOTA:  Las fotografías insertadas en este post son propiedad de sus autores.

HIROKAZU KORE-EDA (Entrevista), por Yolanda Aguas

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La primera vez que vi una película de Hirokazu Kore-eda fue en el año 2004, dentro del marco del Festival Internacional de Cine de San Sebastián.  Se trataba de una de las joyas cinematográficas de este magistral director japonés: “Nadie sabe”.  La película narraba la historia de un niño que era abandonado por su madre, quedando a cargo de sus tres hermanastros (de padres distintos) en un piso sin gas, sin agua y con el alquiler pendiente de pago. La presencia de la película en Sección Oficial de Cannes ya indicaba que el cineasta comenzaba a ser una de las figuras más relevantes de la cinematografía mundial.

El siguiente título que me fascinó fue “Still walking (Caminando)” (también la vi en el Festival de San Sebastián de 2008). Es una película que emana autenticidad y emoción reposada, y fue considerada como una de las grandes películas de ese año.

Después, naturalmente, han ido llegado otros títulos, como “De tal padre, tal hijo” (2013) que para mí es “la joya de la corona”  de este director y que nos cautivó a todos los que amamos el buen cine de autor.

Ayer, 23 de marzo de 2016, se estrenó “Nuestra hermana pequeña”, que también vimos en septiembre pasado en el Festival de Cine de San Sebastián.  En esta película, el director aborda de nuevo los temas que son habituales en su cine: la muerte, el abandono, las relaciones familiares, la belleza.  Es la historia de tres jóvenes mujeres que, conectan con una hermanastra cuya existencia desconocían, durante el funeral de su padre con el que hacía 15 años no tenían ninguna relación.

La entrevista que leerán a continuación se realizó el 20 de septiembre de 2015,  con motivo de la visita del maestro japonés al festival de cine.  Agradecemos desde estas líneas a Golem Distribución que nos facilitara el encuentro con Hirokazu Kore-eda.

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Mi primera pregunta es casi obligatoria: ¿Por qué le fascina tanto la infancia y de dónde nace la necesidad de hablar de ella en su cine?

Los niños tienen algo único: su naturalidad y su sinceridad.  Creo que la visión que tenemos los adultos de ellos muchas veces está equivocada.  Necesitan su espacio para desarrollarse con libertad, aunque nosotros estemos siempre pendientes de ellos para protegerlos en lo esencial.   Cuando estoy con un niño siento que él va a enseñarme muchas cosas.  Eso lo vivo plenamente con mi hija, para quien rodé hace unos años la película  Kiseki”  (Milagro).  Me gustaría que ella se sienta partícipe de esta aventura que viven esos otros siete niños. En la medida en que estoy, de alguna manera, hablándole a mi hija, el tono es obligatoriamente más alegre. Por el contrario, la alegoría que proponía en “Nadie sabe”  estaba dirigida al público adulto.

Los niños son siempre la esperanza de nuestro mundo, ellos tienen la capacidad de poder cambiarlo todo.

En su anterior película, “De tal padre, tal hijo”, trataba la figura paterna con mucha comprensión.  Presentaba dos tipos de paternidad, alejadas entre sí inicialmente, pero con puntos de conexión muy fuertes al final de la película.  La verdad es que era un mensaje de “volver a creer” en el padre. 

En “Nuestra hermana pequeña” vuelve de nuevo a reflexionar sobre la ausencia de la figura paterna  ¿Por qué?

Muchos de ustedes saben que no suelo hablar de mi vida privada.  En Japón somos muy reservados con todo esto, con mostrar públicamente nuestros sentimientos.  Pero a veces tengo que hablarles porque ustedes “saben demasiado”  (sonríe)…  Mi padre fue capturado por los rusos durante la guerra y pasó varios años en un campo de trabajo en Siberia antes de volver a Japón. Y, a su regreso, su trabajo lo obligaba a desaparecer durante semanas. Me acostumbré a no saber cuándo estaría en casa. Tuve que hacerme mayor muy rápido, y quizá por eso suelo retratar a niños obligados a hacerse adultos prematuramente.

La familia aparece siempre en sus películas como un elemento salvador.  Esos momentos en los que se reúnen para comer son como actos litúrgicos de conciliación.

Es verdad, la familia es un tema muy constante en el cine oriental. Sobre todo ahora que tengo la mía propia, resulta muy interesante rodar una película sobre la familia, ya que puedo transmitir mi visión personal describiendo un mismo personaje desde diferentes puntos de vista. Uno puede ser padre, tanto como hijo o hermano.  Yo me siento cómodo escribiendo historias y rodándolas en torno al núcleo familiar.

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Hay grandes autores, como J.L. Godard, que apenas tienen un guión antes de iniciar un rodaje. Usted, cuando comienza a rodar una película ¿trabaja con el guión completamente cerrado o está abierto a realizar algún cambio?

Yo siempre adapto el guión a mis actores, admitiendo posibles cambios según las características de cada uno y lo que pueden aportar al personaje para que no parezca que está actuando. Por supuesto que no es un documental, pero aún y siendo una ficción, siempre trato de sacar la mayor naturalidad posible en las interpretaciones. En “Milagro”, por ejemplo,  hice ciertos cambios en el guión cuando tuve claro que los hermanos Masuke protagonizarían la película, ya que quería aprovechar al máximo sus cualidades cómicas. Lo que hago es imaginarme el guión según los actores que tengo y aplicar los cambios.

¿Qué cine es el que a usted le ha interesado siempre?

Siempre me han gustado las películas de Hitchcock.  Ver sus películas era algo que yo siempre hacía al lado de mi madre.  De niño descubrí el cine americano, me gustaban mucho Vivien Leigh, Ingrid Bergman…

Esta mañana, cuando veía “Nuestra hermana pequeña” en el Teatro Victoria Eugenia, al ver cómo la muerte, la ausencia de nuestros seres queridos que ya murieron, planea todo el tiempo durante su película me vino a la mente un gran filme de Woody Allen: “Interiores”. Quizá sea porque “Interiores” es una película muy existencialista, de sentimientos exacerbados, de muerte omnipresente, de escenarios parcos, donde la naturaleza adquiere sentimientos y toma parte en los conflictos de los personajes y con una verbosidad por parte de los protagonistas que los hace hablar como si ante un confesionario estuvieran. 

Conozco muy bien esta película de Woody Allen.  También “Hanna y sus hermanas”… Pero cuando rodaba la película no pensaba ni me inspiraba en ellas.  Mi objetivo era plasmar en cine la historia que reflejaba el manga.  Creo que su autor pensaba más en “Mujercitas”.  Esa historia de las cuatro hermanas que esperan al padre y cuando él llega todas son muy felices.  En mi película el padre no vuelve, y por eso las cuatro hermanas se unen para seguir viviendo.

La presencia de la muerte es interesante para mí especialmente por cómo nos afecta a los vivos.  Es un vacío que sólo se cura con la llegada al mundo de otro ser humano.  Me sucedió así con la muerte de mi padre y el nacimiento de mi hija.  Las escenas de las cuatro hermanas, durante las comidas, simbolizan la memoria, el recuerdo de los que ya no están.  Eso, me parece, es lo que llega a los espectadores de mis películas.  Cuando me encuentro con ellos por la calle y me hablan, siempre me dicen que mis películas les conmueven porque hablan de sus propios sentimientos.  Eso es lo más importante para mí: saber que los sentimientos son universales aunque existan diferentes formas de entender la vida y la muerte en Oriente y Occidente.

“Nuestra hermana pequeña” es una película en la que usted analiza más el universo femenino, con la intensidad con la que lo han hecho Georges Cukor o Pedro Almodóvar, por ejemplo.  ¿Significa esto que podría iniciar una etapa cinematográfica en la que sus  historias aborden la psicología femenina?

Yo no creo que vaya a iniciar una investigación de la psicología femenina.  (sonríe) Tengo diferente punto de vista que Pedro Almodóvar.  Cuando yo estaba rodando esta película, me sentía como “un padre” de las protagonistas de mi película.  Me interesaba contemplar a las hijas y creo que eso indica que tengo una forma diferente a la hora de tratarlo del que lo podría tener Almodóvar (vuelve a sonreir).

¿Cómo es su relación con Japón?  Siempre dice que usted es más reconocido por su trabajo en Occidente…

Y es cierto…  En Japón predominan los directores que ruedan películas más comerciales.  El  cine de autor quizá no interesa tanto como suele pasar en Europa.  Por otra parte, y con motivo del tsunami que asoló a mi país hace unos años, fui a grabar imágenes de Fukushima con la misma cámara que rodé «Milagro» con la intención de registrarlo y poder rodar algo relacionado con el terremoto.

Pienso que aún no se puede concebir un film que esté directamente relacionado con el desastre, porque lo que nos ocurrió fue algo muy grave. Yo vivo en Tokio, tengo una hija y después de esta tragedia he de reconocer que estoy muy preocupado, antes que director soy persona y padre. Me inquieta no saber en qué condiciones exactas podré criar a mi hija por lo que me están cambiando mis sentimientos. Imagino que a partir de ahora, aunque no sea directamente, este cambio interno se reflejará en mis próximas películas.

Nos despedimos del maestro Kore-eda agradeciéndole los minutos que nos dedicó y nos emplazamos para la próxima vez que visite San Sebastián: una ciudad y un Festival de Cine donde él se siente especialmente cómodo.

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NOTAS:

Las fotografías oficiales de «Nuestra hermana pequeña» insertadas en este artículo son propiedad de su autor.

Las fotografías de Hirokazu Kore-eda son propiedad y autoría de YOLANDA AGUAS para CINET FARÖ.

 

 

CAROL (Dir. Todd Haynes), por Yolanda Aguas

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El pasado 5 de febrero se estrenó en España la última película de Todd Haynes: “Carol”, adaptación de una novela de la gran autora Patricia HighsmithMaestra del suspense y con un demostrado conocimiento profundo de la condición humana, creadora del mítico personaje de novela negra Tom Ripley.

Antes de comenzar el análisis de la película conviene recordar los orígenes de esta historia.

Patricia Highsmith entró a trabajar en la sección de juguetes de Bloomingdale’s, en la Navidad de 1948, para ganar algo de dinero extra que le ayudara a pagar la terapia (pensaban entonces que amar a personas del mismo sexo era una enfermedad neuronal) a la que asistía sin convencimiento . Fue allí donde una tarde vio entrar a una mujer envuelta en un abrigo de nutria, elegante y con clase, con un pelo rubio que parecía iluminar toda la sección de juguetes. Highsmith, que ponía por delante su deseo a una posible patología (como cruelmente lo diagnosticaban los médicos de la época), observó a la señora como solía hacer con las mujeres que le gustaban, con mirada directa. Quiso creer que la elegante dama le devolvía la mirada con idéntica intensidad. Esa anécdota fue plasmada en unos cuantos folios aquella misma noche, fue el esbozo de la novela The Prize of Salt.

Patricia Highsmith se escondió tras un seudónimo para publicar la novela. Había una razón aún más poderosa que la de rehuir el escándalo: haber escrito una historia de amor le causaba una insuperable vergüenza. “Esa novela apesta”, dijo en más de una ocasión. Pero no lo entendieron así sus lectores, sobre todo aquellas mujeres que vieron reconocidos sus deseos sexuales por vez primera en una novela digna, era una nueva forma de contar el amor lésbico con solvencia literaria. Fue ese reconocimiento popular el que devolvió a la autora cierto aprecio por una obra recibida con estupor y condescendencia por los críticos.

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“Carol” es una novela en la que su autora opta por un final feliz, decide que un amor muy problemático para aquella época, era la década que iba de los 40’s a los 50’s, se desarrolle de una forma natural.

Todd Haynes, que ya nos deslumbró con su precisa dirección en “Lejos del cielo” (que como recordarán contó con una interpretación de Julianne Moore por la que ya debió ganar el Oscar), construye aquí una película inmensa de principio a fin.  En algún momento me llegó a recordar los melodramas de Douglas Sirk, ésos que otro director genial (Rainer Werner Fassbinder) adoraba.  “Carol” es todo sofisticación, posee una narración sin ningún defecto en lo meramente dramático.  Dibuja una descripción precisa del tempo, del recorrido pausado de las emociones, del toque perfecto en la piel.  Es una película que va creciendo conforme pasan los minutos, y se queda más adentro cuando han pasado horas desde que la proyección ha finalizado.

Protagonizan la película una buena actriz, Rooney Mara, y la genial Cate Blanchett.  La primera ganó en el pasado Festival de Cannes como Mejor Actriz. Ella interpreta el personaje autobiográfico creado por Patricia Highsmith, y está muy bien en su papel, es la compañera perfecta para que Cate Blanchett realice una de las mejores interpretaciones de su prestigiosa carrera.  Cate Blanchett no tiene límites…

“Carol” es un ejercicio maestro de miradas, con ellas muestran el sentimiento progresivo de la pareja. Es también lo que expresan con sus silencios:  una necesidad de vivir , de sentir, de caminar, de compartir…  Como cualquier otra historia de amor, ya que el conflicto (si lo hubiera) no radica en quienes viven amores diferentes sino en quienes los observan.

La historia, ambientada en la Nueva York de principio de los años cincuenta, está magníficamente fotografiada por Ed Lachman.  Aunque la pequeña road movie de ambas me gusta especialmente.  La fascinación del viaje, el recorrido por los hoteles y todo el misterio que ello implica es muy apropiado para esta historia: en el cine y en el libro.  No quiero pasar por alto el trabajo (de máximo nivel) de Sandy Powell creando ese maravilloso vestuario.

Una extraordinaria película (y novela) sobre la historia de amor de dos mujeres.  Una historia en la que dos actrices desarrollan todo su talento interpretativo para emocionarnos profundamente con él.

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NOTA: Las fotografías insertadas en este artículo son propiedad de sus autores.

SICARIO (Dir. Denis Villeneuve), por Yolanda Aguas

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La agente del FBI, Kate Macer (Emily Blunt, que está deslumbrante en esta película) comienza a sospechar la verdad desde los primeros minutos de la extraña misión en la que acaba de enrolarse. Ha decidido formar parte de un operativo de agentes especiales de la CIA que, al margen de los conductos oficiales, luchará contra el narcotráfico mexicano. Kate ya ha vivido lo suyo, ha conocido la barbarie y parece que nada es capaz de impresionarla. Sin embargo, todavía conserva ciertas convicciones que chocarán de plano con la manera sucia con la que sus colegas tratan de vencer la violencia despiadada del cártel al que se enfrentan. Entre ellos, se encuentran el jefe de su misión, un flemático y cínico Josh Brolin, y un incómodo ‘lobo’ solitario llamado Alejandro. Un sicario colombiano  protagonizado  por Benicio del Toro.

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El guión de “Sicario” es una lección de narración cinematográfica llena de acción, tensión y humanidad. Durante dos horas, la película tiene la capacidad de envolver al espectador en una atmósfera de paranoia y de desconfianza, en una encerrona emocional donde casi acaba faltando el aire.  El juego narrativo se centra en tres grandes escenas: la primera, con la que arranca la película, donde la protagonista irrumpe en una casa para realizar detenciones y acaba tropezándose con un cementerio demasiado frecuentado. En segundo lugar, el recorrido por un túnel sin final, ‘escarbado’ en el desierto, donde el operativo de agentes pretende darle el golpe de gracia al cártel de la droga. Y por último, especialmente fascinante resulta el  atasco de tráfico que viven los protagonistas a la salida de Ciudad Juárez. Una huida del infierno que queda en suspenso, con la inercia de un mal sueño. Quedan retenidos en medio de un peligro inminente que no termina de desencadenarse.  El propio Denis Villeneuve explicó que su intención era mostrar a “una araña inmóvil; asusta mucho más que una en movimiento. Intenté aplicar esa misma idea a la escena”. Desde luego, el nivel de tensión que llega a alcanzarse es impresionante; hacía tiempo que no se dejaba ver en la pantalla un suspense tan definitivo.

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La violencia está rodada y expuesta con desapego, como si la sangre, nada excesiva, y la muerte furiosa y súbita fuesen lo normal; quizá con la misma mirada de aquellos que viven allá donde se produce, esos lugares en los que están habituados a oír tiros cada día como si se tratase de un sonido más de la naturaleza, en los que la absurda pérdida de vidas humanas es tan incontrolable y se asume como un fenómeno meteorológico, y donde la rutina entre las comidas y los partidos deportivos de los chavales es la desaparición de algún miembro de la familia al que luego encuentran decapitado y suspendido de algún puente.

Denis Villeneuve se atreve con los pormenores de la lucha contra el narcotráfico, sus métodos cuestionables y los extraños compañeros de viaje con que cuenta en ocasiones, y su resultado es irregular.  El trabajo que realizan sus tres actores principales no está al mismo nivel y eso se resiente en la película. Emily Blunt está magnífica, lo indicábamos al inicio de este artículo, pero Josh Brolin en su papel de Matt Graver muestra poco entusiasmo defendiendo su papel.  Benicio del Toro, como Alejandro, sí muestra un dominio de gestos que no van paralelos con el guión que debe defender.

Destacamos la banda sonora, inquietante por momentos, de Jóhann Jóhannsson, con un inicio poderoso y escenas como las de la frontera, el túnel o durante la llegada de la inesperada venganza.

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NOTA: Las fotografías insertadas en este artículo son propiedad de sus autores.

 

 

 

VÍAS CRUZADAS (The Station Agent) (Dir. Thomas McCarthy), por Yolanda Aguas

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Siempre se ha dicho que no hay mejor publicidad que aquella realizada por el “boca a boca”, o mejor aún gracias a la satisfacción que produce compartir algo, que te hace o ha hecho feliz,  con las personas que verdaderamente aprecias.

Thomas McCarthy dirigió en el año 2003 una película preciosa que invita a ser compartida incansablemente.   El director, conocido por adaptar el episodio piloto de Juego de Tronos (HBO), se reunió con un formidable equipo de actores.

Michelle Williams, una de las protagonistas de Dawson crece, que posteriormente alcanzó la fama internacional con su pequeño, pero importante, papel en Brokeback Mountain.   Bobby Cannavale, actor muy popular en la televisión, donde interpretó a un paramédico en la exitosa serie americana Turno de Guardia.

Peter Dinklage, actor que también trabajó en el episodio piloto de Juego de Tronosy que ya había trabajado con Sidney Lumet.

PATRICIA CLARKSON, una de las mejores actrices de su generación.  La reina del cine independiente americano, pero también con grandes papeles dentro de la industria de Hollywood.   Vamos a dedicar muy pronto una completa semblanza a esta magnífica actriz por lo que ahora no vamos a extendernos con el historial de sus trabajos.   Sí queremos, no obstante, citar algunos de ellos:  Shutter Island, La Milla Verde, Vicky Cristina Barcelona, Cairo Time, Elegy, High Art, El juramento, Buenas noches y buena suerte, Los intocables de Eliot Ness, Retrato de April, Dogville, A dos mejos bajo tierra (Tv).

 

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Cuenta además, con otro personaje invitado, aunque como tal no figure en los créditos de la película: el tren.   El mágico y maravilloso mundo del tren.   Si hay un elemento que haya sido muchas veces clave en la Historia del Cine y en las películas que han transitado por ella, ése es el tren.   Viajar en tren invita a vivir aventuras, a soñar con lugares lejanos, a conocer personas en cualquier estación.   Un pueblo con una Station Agent tenía más vida porque aglutinaba muchas almas en torno a ella.

‘Vías cruzadas’ destaca por la forma sensible en que plantea situaciones cotidianas (de las que ponen la vida del revés) por su sentido del humor, por su firme mirada al tratar a los personajes y, especialmente, por el trío que forman Dinklage, Clarkson y Cannavale, que desarrollan una química y una dinámica conmovedora y muy especial con la que muchos de nosotros podemos llegar a identificarnos.  De ahí el gran éxito de esta película.

Peter Dinklage, uno de los protagonistas de la película,  llega a un pueblo para vivir en una vieja estación de tren que ha heredado de su antiguo jefe,  con la esperanza de vivir allí solo y en paz. Sin embargo, se encontrará con una mujer con una personal tragedia a cuestas y con un simpático y sociable cubano, vendedor de café y perritos calientes que, como era de esperar,  terminarán afectando positivamente a su vida hasta el punto de quedarse en ella para siempre.

La película cuenta con un guión impresionantemente bueno y eso se nota en cada plano.  No sobra ni una palabra y, los silencios adquieren una importancia esencial.  Es una película sencilla, que no pretendiendo grandes cotas de éxito comercial logró justamente lo contrario…  alcanzar una dimensión tan importante que muchas mega producciones de Hollywood hubieran anhelado para sí.

Cada plano de Vías cruzadas es como una poesía de Anne Carson, un aria de Bellini, una pintura de Boticelli…   Y los que logran esta culminación, principalmente, son tres magníficos actores que se creyeron lo que estaban contando, logrando así el milagro que siempre debería ser una película.   Porque, ¿acaso el cine no es un acto de fe?

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NOTA:  Las fotografías que aparecen en este post son propiedad de sus autores.