El barrio londinense Hampstead Village es conocido por su apreciado parque, un rincón de campo y paz, en medio de la enorme metrópolis. Junto a él vive Emily Walters (Diane Keaton), una viuda que desde que murió su marido no presta atención a su viejo apartamento, sus problemas económicos, ni a su hijo Philip (James Norton). A pesar de los consejos de su amiga Fiona (Lesley Manville), Emily no admite que su vida se está desmoronando. Un día, mientras observa el parque desde la ventana, descubre una casa destartalada y al hombre que vive en ella.
El cuarto largometraje dirigido por el británico Joel Hopkins es una comedia romántica inspirada en hechos reales, que no aporta nada nuevo al género, pero que mantiene el interés durante gran parte del metraje gracias al reparto, en especial los dos protagonistas, que vuelven a demostrar que son unos grandes intérpretes, en el caso de Diane Keaton en un papel que le viene como anillo al dedo y con un Brendan Gleeson que tiene un cambio de registro respecto a otras películas logrando que el público se identifique con su personaje, al menos en la primera mitad.
Además de los dos grandes protagonistas de la función me gustaría destacar la actuación de la británica Lesley Manville, en un papel secundario pero de gran importancia en la trama. La veterana actriz, una habitual de los teatros londinenses, de programas de televisión y sobre todo de las películas de Mike Leigh consigue imprimir carácter a Fiona, la amiga de la protagonista hasta que entra en juego el personaje de Donald, interpretado por Brendan Gleeson.
La historia se desarrolla en el barrio londinense de Hampstead Village, y allí es donde viven los personajes de la película. En los primeros minutos nos presentan a Emily Walters en una vida rutinaria, acudiendo a reuniones de la comunidad de vecinos, pero aburrida de esa vida de la que ni puede ni quiere salir e intentando asumir el fallecimiento de su marido.
De vez en cuando recibe la visita de su hijo Philip, interpretado por James Norton, que intenta hacerla abrir los ojos a la realidad y motivarla para que busque actividades que la distraigan y así olvidarse de su situación de soledad.
El reparto está compuesto casi en su totalidad por intérpretes británicos o irlandeses, exceptuando a la norteamericana Diane Keaton, y todos están muy bien, teniendo su escena destacada, como en el caso de James Norton en las conversaciones o discusiones con su madre y Jason Watkins, interpretando al abogado James Smythe y que es el protagonista de la escena más divertida de la película cuando toca el ukelele.
La película es convencional, previsible y llena de tópicos del género. La gracia de esta película es que es ligera, entretenida y puede gustar a determinado tipo de público que ha llegado a cierta madurez.
A nivel artístico la película tampoco aporta nada nuevo, pero es lo que necesita este tipo de historias, con una fotografía bastante amplia de ese parque y sus alrededores. La música del veterano compositor británico Stephen Warbeck está muy bien, aportando esa alegría necesaria para acompañar a los personajes con unos temas clásicos bastante acertados.
La película es recomendable a un público medio que lo pasa bien con este tipo de películas poco complejas y con grandes actuaciones.
Y la Keaton está particularmente brillante, algo que no es nada nuevo. Si en Cuando menos te lo esperas (2003), trató de enamorar a un Keanu Reeves con 20 años menos de diferencia, ahora con sus fantásticos 71 años cumplidos, vuelve a repetir con un Gleeson diez años más joven. Hace un buen papel, mientras Gleeson defiende como puede el suyo, no por falta de méritos, sino porque los guionistas se han concentrado en el personaje femenino y han dejado el suyo bastante descuidado.
La película se apoya especialmente en la actuación de los dos protagonistas. Lo dicho, si son incondicionales de la gran Diane Keaton vayan corriendo a ver la película.
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